3 de julio de 2008



                                           EL VAGABUNDO


Un habitante de las profundidades de la tierra camina a la madrugada por senderos ocultos a la mirada de la luna, hasta encontrar las puertas del universo en la forma de una abertura cónica. 


Al salir contempla embelesado los infinitos ojos de la inmemorial bestia que observa el sueño despierto de los hombres: Can incesante que custodia las puertas del cielo con sus parpadeos azulinos hasta gastar con su mirada oblicua la superficie de las cosas. 


La maravillosa bestia amedrenta al joven recién salido de la cueva hasta el punto que apenas salido vuelve a entrar a ella y se sumerge taciturno en sus cavidades rumbo a su tierra natal. 


Pero a medida que camina por túneles cavados en el pasado inmemorial por bestias míticas y semidioses pierde los caminos del regreso y se sumerge en la noche sin pausa hasta olvidar poco a poco los recuerdos de su pasado grabados hasta hace poco en su carne. 


Cuando solo es un cuerpo sin memoria deslizándose por infinitos corredores corre desaforado y las formas bestiales emergen en el hasta devorar los últimos rasgos de su frágil espíritu humano. Sus alaridos se transforman en vagos quejidos animales de terror y dolor. 


Con el paso de los siglos su carne se deshace en polvo y el silencio reemplaza el gimoteo animal hasta que el mismo tejido óseo se desvanece en la noche eterna. Para entonces no solo ha olvidado las palabras sino que ha olvidado que existe y aun así recorre los túneles sin cesar un instante. 


Al final de los tiempos cuando el gran Can que mira la tierra desde las alturas ha devorado con su ancha boca de fuego el mundo de la superficie del eterno vagabundo solo queda un eco perdido entre grutas que no llevan a ningún lugar.

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