27 de mayo de 2012

LA MAQUINA Y EL SUJETO


Basta detenerse tan solo un momento sobre cualquier aspecto natural de la realidad cotidiana para descubrir, aun en la cosa más simple, una red compleja de contradicciones, oscuridades y misterios que nos revelan la lejanía de los objetos y las limitaciones de la comprensión humana en la aprehensión del mundo.


Cuando dejamos de deslizar una mirada irreflexiva sobre aquellos objetos que pueblan nuestra vida diaria para observarlos atentamente y acceder a su sentido último nos encontramos con que estas cosas se alejan de nosotros y se vuelven impenetrables a nuestra curiosidad. Entonces todo aquello que forma nuestro marco rutinario aparece como opaco a nuestra conciencia.


Silenciosas y frías, las cosas aparentan servirnos cuando en verdad nos dominan y muchas veces terminan esclavizándonos. Su carácter inhumano aparece así revelado por la mirada atenta de la conciencia. Su funcionalidad, en tanto objeto útil, oculta una esencia inaprensible para la mente humana.






Cuando Marx afirma que la maquina aliena al obrero, marca esa distancia abismal entre el hombre y la cosa; y al mismo tiempo asigna a ese objeto creado por manos humanas el rol de alejar a los hombres de su propio espíritu.De creador, el hombre moderno se convierte a su pesar en esclavo de su propia obra, obligado a dejar su Ser en la maquina, quedándose tan solo con los reflejos repetitivos de la cosa creada.


Por obra de un pase alquímico propio de la Modernidad el capitalista convierte el contenido del alma humana en dinero y le devuelve en cambio al obrero su alma trasmutada en maquina capaz de ser controlada y explotada sin descanso.


Entre los objetos que habitan la vida cotidiana uno hay que esconde en su silencio una perpetua carcajada de sarcasmo con la que las maquinas se ríen de nuestro curioso destino: esta es la fotografía. Porción de papel rectangular que registra de manera mecánica una fracción minúscula de tiempo a través de una serie de mecanismos que desconocemos, pero que pese a nuestra ignorancia funciona siempre con aparente simplicidad (Perdido el carácter mágico de los objetos con el arribo de la Modernidad no dejan de ser sus usos y mecanismos tan inexplicables como los fenómenos metereologicos en la antigua Roma).


Si dejamos a un lado los aspectos técnicos que hacen a la reproducción mecánica de un momento en el tiempo y el espacio, podemos observar la curiosa y paradójica función de la fotografía que congela la mirada humana sobre una sección de la realidad elegida por el fotógrafo a tal fin. Esa imagen registrada nos ilusiona con la posibilidad de superar la corriente incesante del tiempo: atrapando un instante de ese continuo devenir y estampando en el papel su representación visual: para la posteridad.


Pero a la ilusión primera que sentimos sigue una indefinida melancolía que no sabemos explicar y que no es más que la victoria del flujo del tiempo sobre la brevedad de nuestra vida. Por el hecho de que la fotografía nos devuelve la cara de los seres queridos que nos miran desde el otro lado del papel, atrapados y enmudecidos en sus dos dimensiones, es por lo que sentimos la presencia de un abismo que nos distancia de ese instante representado mecánicamente. Ese abismo es el no-ser de la cosa que nos aleja de nosotros mismos.


La ilusión de la fotografía radica en creer que lo que reproduce mecánicamente es real.Para comprender este abismo podemos recordar lo que Soren Kierkegaard dice sobre el instante. En “El Concepto de la Angustia” lo define como el contacto ambiguo entre el tiempo y la eternidad. Siendo el tiempo una sucesión infinita de instantes, aislado, el instante estaría fuera del tiempo y por ende seria un atisbo de esa eternidad que nos espera a los hombres allende la vida. Esa eternidad que Platón veía reflejada como imagen en el flujo del tiempo, kierkegaard la descubre juguetona en medio del devenir, apareciendo y desapareciendo en el instante.


Fugaz ilusión, la fotografía reproduce los caracteres visuales de los instantes y los representa por siempre del mismo modo. Pero los hombres, habitantes del tiempo, encontramos en la revelación de la eternidad del instante tan solo un motivo de frustración mas. Las caras que nos miran desde la fotografía no nos contestan; y las imágenes de nosotros mismos nos parecen tan lejanas a lo que hoy somos que no nos reconocemos en ellas.


La supuesta eternidad del instante que la fotografía reproduce devela su verdadero rostro: el no-ser del instante, su carácter vanamente ilusorio y ficticio. La maquina fotográfica oculta el vació de su espíritu tras los sutiles disfraces de la eternidad y así reproduce la alienación en la que cada individuo se aleja de su Ser y de su Verdad, quedando esclavizado y embrutecido por las rutinas que mueven a la maquina y que se encarnan en el hasta hacerse espíritu y destruir el carácter humano de si.

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