7 de junio de 2010

MUNDO Y SENTIDO


Las palabras suponen de quien las escribe o las dice una  aspiración, un deseo de algo nombrable directa o indirectamente. Se deslizan apenas por la boca o los dedos y lo circundan todo lentamente en su tejido de mentiras y ficciones por las cuales morimos y matamos día a día los segundos sucesivos y crueles.

El tiempo que todo lo horada y destruye nos lleva en su corriente incesante deshaciéndonos en el camino hasta que solo los huesos dormidos en la tumba atestiguan nuestra presencia sobre la tierra.

Cuando la realidad del mundo aparece con claridad a los ojos del observador, el universo de las cosas cotidianas se esfuma como una ilusión mágica quedando tan solo ante nosotros la opacidad silenciosa de los objetos y la indiferencia de la salvaje y amoral naturaleza.

La conciencia despierta se abisma entonces en el vacio, el absurdo como una nausea lo invade todo, desconectándonos de la vida animal e irracional que empuja a los seres vivos y hace girar a los astros en sus orbitas. La verdad no salva ni ilumina.

La luz de la razón nos muestra un mundo muerto en espera del sol devorador que lo fagocite, un universo de fuego y silencio sin dioses redentores ni leyes universales.

Por eso ansiamos el regazo de nuestra niñez perdida cuando las cosas tenían su lugar y destino, cuando no estábamos solos. Cuando en las noches de pesadilla nuestros padres nos podían amparar y proteger de todo el mal del mundo con su palabra.

El silencio los reemplaza hoy. Porque el silencio es el lenguaje de la muerte. Lentamente se acallan nuestros fraseos y balbuceos hasta que nuestro recuerdo se disuelve en el olvido de los años. En cierta forma ya estamos muertos. Y como fantasmas caminamos por las calles aturdiéndonos desenfrenadamente.

Ni siquiera nos vemos unos a otros, al contrario a partir del Amor nos inventamos otro a quien servir con devoción. Nos enamoramos de nuestro propio reflejo en el espejo y nos vemos marchitar sin saber por qué. 

Esperamos algo que nunca ocurre, un acontecimiento revelador que nos sacuda y nos impulse hacia un más allá de lo cotidiano, lo rutinario, lo banal.

Entonces la belleza irrumpe a nosotros, nos desconcierta, aflige, desestructura, atemoriza. El artista nos revela el goce estético en las cosas del mundo, nos vela la realidad opresiva de la materia ciega a través de la metáfora luminosa de la creación poética, nos inflige en lo hondo de nuestro “ser en el mundo” un acontecimiento de descubrimiento y  verdad.

No  verdad en el sentido de conexión lógica entre Concepto y Objeto, sino como luminosidad creadora que resignificando la vida permite existir en un “más acá” del mundo, perdurar en un goce estético de los sentidos, arte de hacer de si una obra estampando en el devenir la huella de una coherencia y la grafía de un estilo. 

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