3 de julio de 2008


                                                 
                                               LAS PALABRAS


Tratar de hacer caber la trama del Universo entre los intersticios juguetones de una lengua es un juego curioso de los hombres.


Reducir la complejidad del mundo externo e interno a una colección de frases supuestamente jugosas y secretamente trabajadas por un escribiente escondido tras unos papeles garabateados es probablemente una vana ilusión.


Detrás de la palabra esta el secreto de un acto mágico de unción: la cosa que es opaca y refractaria a nuestra sensibilidad es dominada a través de un Nombre. Dios ocultando su nombre a Moisés en el monte Sinai, para que este hechicero de las palabras no lo sujetara a través de sus encantamientos: “Yo soy el que soy” fue su respuesta a la Pregunta.


Para nuestra economía vital las palabras tienen un enorme valor y marcan nuestra existencia a fuego. Pero en la economía de la Naturaleza las palabras, vagos chillidos o garabatos, carecen de todo valor.Nombramos a la cosas porque así creemos poseerlas y dominarlas dentro de un orden que solo nosotros concebimos. Aun así la cosa diluye siempre sus lazos con la palabra y se escapa de nuestras cadenas velándose a nuestros sentidos hasta desvanecer las certidumbres. Es La Nausea que nos revela la insondable distancia que existe entre las cosas y nosotros.


El abismo entonces es lo que vemos aparecer tras la rasgadura del velo de las palabras. Es la mitología griega la que reconoce como padre de los dioses a Caos y lo define como una abertura infinita, un infinito vació. El infierno es una perpetua perdida afirma Graham Greene en una de sus novelas.


El concepto es el tiempo de la cosa según Hegel. O sea que los hombres engendramos en el seno del Caos primigenio el tiempo a través de las palabras. 


Al pretender dominar las cosas del mundo con la acción posesiva del Nombre damos vida al fantasma de la muerte. Así el Caos se reintroduce en nuestro mundo disfrazado por las palabras: porque al fin y al cabo somos también cosas arrojadas sobre el espacio y reproducimos en el lenguaje lo que vemos realizado en la Naturaleza.


Cosificar al otro es volverlo una propiedad. Un objeto para mi exclusivo goce. Es la dialéctica del Amo y el Esclavo. En el trabajo: el Amo goza no tan solo con la reproducción del dinero a través de la apropiación de las horas del Esclavo sino con su sufrimiento convertido en doradas monedas que el atesora como símbolo del sometimiento. Este último goce es en verdad el motor del progreso material del hombre.


Con las palabras nos ocultamos a nosotros mismos el carácter inaprensible de los objetos deseados y el desgarramiento que implica su búsqueda. Como afirma Lacan: "El sujeto no puede desear sin disolverse el mismo y sin ver como a causa de esto el objeto se le escapa en una serie de desplazamientos infinitos".


Curiosamente esta telaraña del lenguaje nos atrapa, nos domina y también nos esclaviza. Así, cada una de nuestras invenciones de monos fabuladores que somos, termina convirtiéndose en una siniestra pesadilla que alimenta nuestro sufrimiento: creadores de las maquinas terminamos siendo sus sirvientes; creadores de las palabras terminamos atrapados, al mismo tiempo, por la telaraña del tiempo que nos mata gradualmente y por la dominación económica que nos explota incesantemente




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